Lo más difícil del yoga -en cuanto al desafío para el practicante- tanto en el microcosmos del tapete, cuando el cuerpo quiere salir de la postura, como en la perspectiva de una práctica de décadas, es la disciplina de sostener.
En el tapete tiene que ver con no ceder ante el dolor, la incomodidad, la fatiga. En el largo plazo -en la dificultad que resulta repetir diariamente las asanas- se esconde la resistencia que genera a nuestra percepción, convencida de ser un “yo” individual y atomizado, reconocer que tiene un conjunto de rasgos identitarios que no le pertenecen, sino que son herencia de su historia emocional, imbricada en su cuerpo.
Disfrazado de ser las cosas que nos hacen ser quién somos, el cuerpo, manifestando patrones en forma de costumbres automatizadas, gestos incorporados, pensamientos recurrentes y disposiciones basadas en la costumbre, la herencia o la repetición, esconde un dolor o un conjunto de dolores que poseen la posibilidad de liberarnos.
La humanidad ha descubierto distintos métodos para sanar a través de la liberación de emociones a lo largo y ancho de la historia, pero para el yoga, empieza con el asana, que deriva de la raíz sánscrita as, que significa literalmente “asentar” y “ser”, y que fue el vocablo acuñado desde los sutras de Patanjali para “postura del cuerpo”, refiriendo a las posturas del yoga.
Practicarlas promete, a través de la observación y descarga de la tensión en el cuerpo, conocer nuestros patrones físicos y mentales para finalmente liberarnos de ellos. La dificultad para generar la disciplina necesaria que nos permita insistir en ellas durante toda la vida parece que tiene que ver con las complicaciones del día a día, la cantidad de trabajo, la fatiga del cuerpo, la holgazanería natural a algunos momentos, como el letargo que viene después de la comida. Pero en la dificultad para comprometer un horario de nuestra jornada a nuestra práctica de yoga, sostenidamente, sin importar las variables de la vida, se esconde el propósito de la práctica misma. Velado a quien no encuentre en sí la suficiente determinación para salir del sufrimiento.
Según los yoga sutras, se es estudiante o sadhaka cuando estamos aprendiendo las técnicas del yoga de un maestro, pero deviene en yogui únicamente quien ha experimentado en sí mismx una transformación interior que des lastra todas las costumbres que lo amañan y lo privan de vivir una vida auténtica, donde es dueño de sí.
El camino a la disciplina en el yoga es un camino absolutamente personal e íntimo, en el que van en juego las incontables variables que nos atan a la prisión de los sentidos. Pero su propósito es muy simple y básico: en las sensaciones cotidianas del cuerpo podemos palpar la fluctuación emocional inherente a la vida, que, de vivir sin privación ni resistencia, nos permite la plenitud en el presente sin la atadura del pasado ni la promesa del futuro. Pero, de estar tomada por el miedo al dolor y el apego a los patrones que nos mantuvieron a salvo de él, nos condena a la repetición de un aparente destino, condición o forma del “yo” que no puede desear su felicidad, sino condicionarla a alguna gratificación momentánea o un conjunto de estas.
Una evasión con respecto a confrontar nuestro dolor es lo que se esconde tras la imposibilidad de “sentarse”, “siendo”, es decir, de hacer el asana. Pero al otro lado de la resistencia, nos espera la liberación. Parece simple, la duda de desplegar el tapete, pararse sobre de él, pero provoca una sensación en el vientre, un vértigo, pues es metáfora de la vida, porque así es el yoga, una mística que nos lleva a la experiencia de estar vivos, en la posibilidad de sentir plenamente cada sensación.
Los espero en el shala para practicar.